Dios está distraído. Anda despistado. No sé si lo tenemos sobreestimulado,
como están los adolescentes con las redes sociales, -Whatsapp, Facebook, Twitter,
Instagram- y ya no sabe dónde centrar su atención. Se dispersa. Sigue siendo un
buen tipo, pero la amalgama de información, el tumultuoso devenir de los
acontecimientos del mundo, la confusa dirección a la que se dirige la humanidad
lo tiene desconcertado. Tanto que, a veces, no está cuando y donde tiene que
estar: la ultraderecha de Le Pen se está colando en Francia; un día más los
yihadistas hacen explotar un camión con 200 kilos de explosivos en Homs (Siria)
llevándose definitivamente por delante el terror de 16 personas más y dejando
heridas a casi 60 (ya van más de 250.000 muertos en esta guerra); también en
Kabul, hace dos días, los talibanes no solo truncaron la vida de varios
policías españoles y afganos, sino la de todos sus familiares y amigos; Nicolás
Maduro no cierra la boca después del mazazo que ha supuesto para el Partido
Socialista Unido de Venezuela el resultado de las elecciones de la semana
pasada y calienta el ambiente en lugar de tender puentes al pacto y la
conciliación; se hunde otra patera frente a las costas de Turquía y mueren doce
ciudadanos sirios, seis de ellos menores de edad; mientras tanto, por aquí,
Convergència, Esquerra y la CUP siguen jugando al Risk y, ajenos al mundo real,
algunos de los aspirantes a la presidencia del gobierno de España pasean por
polideportivos para dejarse envolver por el tumulto y la batahola de caras que
no conocen -ni conocerán- y engordan su ego alejándose aún más del silencio con
el que cada día los ciudadanos siguen esperando ser atendidos en los
hospitales, en los servicios de asuntos sociales, en los juzgados, en las colas
de los servicios de empleo, en los bancos de alimentos ...
Dios está en Babia y le pasa como a mí. Hay días que tengo
tantas cosas que hacer que, incluso levantándome antes que los gallos, me
siento ante el escritorio, abro mi cuaderno de anotaciones y no sé por dónde
empezar. Y mientras decido, voy dando saltos sin rumbo: consulto mi correo,
visito algunos periódicos digitales, busco en Spotify algo que me apetezca y allane
el camino hacia la concentración... Y el tiempo pasa. Me disperso y no puedo
evitar hacer inútiles esas horas robadas
al sueño.
Así está Dios: paralizado, divagando, decidiendo
prioridades, en un estado de ensoñación que le impide actuar, sin saber dónde
interviene primero. Y, del mismo modo que el adolescente, en un repentino
momento de lucidez, comprueba que lleva horas jugando con la consola sin
concentrarse realmente en lo que hace y recupera momentáneamente la cordura, el
otro día Dios se despertó ayudando a Keylor Navas a parar un penalti; hoy lo
hace enviando al ángel Marcelo para que el ministro Fernández Díaz encuentre
aparcamiento. Así nos va.
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